Me apunté como voluntaria, contaron conmigo y he atendido llamadas en el centro de coordinación de Cruz Roja ubicado en Vitoria  hasta el momento durante tres únicos días. Allí he podido comprobar la diferente casuística de la gente que necesita ayuda. La centralita del programa, -destinado en principio a la proporción de alimentos y medicinas a mayores de 70 años sin red de apoyo-, se ve desbordada por las peticiones de personas sin recursos, mayoritariamente inmigrantes y de raza gitana, que por culpa del COVID 19 han perdido sus trabajos o no pueden salir a la calle a buscar empleo.

Según refieren, los solicitantes son adultos jóvenes o de mediana edad con niños a su cargo y sin ingresos, que han sido atendidos en alguna ocasión por Cruz Roja y en el pasado, aunque sólo a veces, han estado cobrado la RGI. Demandan insistentemente comida, pañales o incluso empleo y se sienten atrapados ante el desbordamiento actual de los servicios sociales de base, que extienden sus citas en el tiempo, y la red  institucional de emergencia social, que no da abasto. Coordinar la atención y precisar la respuesta al demandante es en mi opinión uno de los mayores retos actuales del voluntariado. Este no sólo debe hacer frente al reparto racional de los recursos, siempre escasos y más ante la crisis del COVID 19, sino contribuir a implementar la confianza en el sistema impidiendo que los solicitantes entren en un bucle de llamadas a los distintos servicios. Y todo ello, al mismo tiempo que trata de detectar las necesidades reales y evitar la picaresca.

En cuanto a las personas mayores la problemática es igualmente dispar. A la necesidad de recibir comida y medicinas por no poder salir de casa se une en estos momentos la carencia de los servicios de asistentas  y empleadas de hogar. En muchos casos, y aun pudiendo acudir a las distintas casas, dejan de trabajar por distintos motivos: grupos de riesgo, miedo al contagio, cuidado de niños pequeños…

En muchas conversaciones se palpa en el fondo un problema de soledad por lo que la llamada de la Cruz Roja siempre es bien recibida. Hay mayores que no tienen familia y otros que la tienen lejos y se sienten aislados, más si cabe en esta situación en que su movilidad ha sido totalmente restringida y el  miedo se extiende.

Por mi trabajo anterior no me he visto sorprendida  por ninguna de estas realidades aunque sí me he dado cuenta de que ante una crisis como la actual la lista de necesidades puede ser interminable y  descender hasta detalles en principio tan nimios como el traslado de una pilas de audífono al hospital para una persona sorda allí ingresada o la desconexión de una vía a un minusválido tras la atención dispensada por hospitalización a domicilio. Socorrer a un camarero de Leioa en Dubai a quien van a desahuciar y no puede regresar a España da idea de hasta qué punto está extendida la imagen de la Cruz Roja como organismo de último recurso.

Organizar al voluntariado y seleccionar a los voluntarios más adecuados  me parece otro de los retos actuales ante la avalancha de solicitudes. Hay personas, sobre todo jóvenes, ansiosos de colaborar a los que inscribirse a través de una página web y no recibir respuesta les desilusiona. Por otro lado, al teléfono se tiene la impresión de que hay perfiles más aprovechables que otros (ertzainas, ATS, auxiliares…) que a lo mejor podrían ser identificados de forma preferente.

El COVID 19 ha cambiado mi percepción de la realidad. De repente los humanos del Primer Mundo nos hemos convertido en seres vulnerables por la pandemia, que vemos cómo muere gente a nuestro alrededor y las libertades de las que gozábamos quedan de momento suspendidas. Habrá un antes y un después, eso es evidente, porque a la crisis sanitaria seguirá una económica mayor que la de 2008.

Al no estar ya trabajando, las limitaciones impuestas por el COVID 19 se centran en mi caso en el reagrupamiento familiar, la formación y el ocio.  El estar en casa  y no salir no ha supuesto ningún esfuerzo por mi parte. Al contrario, ha representado una oportunidad para destinar tiempo a un sinfín de actividades, incluida la del voluntariado, que siempre he ido relegando por una razón u otra. Dado que en mi ámbito de amistades hay gente contagiada por el coronavirus o que ha perdido algún familiar he intentado transmitirles ánimo y confianza poniéndome en contacto con ellos a menudo, interesándome por su situación y tratando de  aportar algún consuelo, o cuando menos escuchando. También atendí la solicitud de cartas de apoyo anónimas a los ingresados enviada desde una médico perteneciente, creo, al equipo del Hospital de la Princesa de Madrid. Poco  más he hecho, la verdad, salvo reanudar el contacto con familiares y amigos a los que no suelo ver por vivir en otras ciudades y extremar la higiene en mi domicilio al convivir con un sanitario,

No soy una experta en Trabajo Social y no sé cómo infundir ánimo y esperanza a los desanimados y desesperanzados, sabiendo también que uno no puede involucrarse en exceso y perder la perspectiva y que su aportación siempre será un granito de arena en la inmensidad de las necesidades que atiende el tercer sector.

En mi opinión la atención, el escuchar, puede ser útil, y sobre todo  el transmitir la sensación de que las personas te importan  y de verdad quieres ayudarle a resolver   problemas o gestiones. Hay que tener en cuenta que asuntos en principio sencillos se pueden convertir en un mundo para personas mayores. Poniéndome en su lugar considero que lo peor es que se vean tratados como los clientes o usuarios que se pelean con cintas automáticas grabadas de distintas multinacionales, a quienes derivan de un sitio a otro, tratando de evitar “el marrón”.

Montse Ramirez Comida
Spanish Red Cross
April 6, 2020