Conmemorando 60 años de los principios fundamentales de la Cruz Roja y la Media Luna Roja
En 1965, con el telón de fondo de las divisiones de la Guerra Fría y el recuerdo inquietante de dos guerras mundiales, el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja codificó siete Principios Fundamentales para guiar la acción humanitaria: Humanidad, Imparcialidad, Neutralidad, Independencia, Servicio Voluntario, Unidad y Universalidad.

Estos principios fueron audaces y visionarios para su época. Permitieron a los actores humanitarios cruzar las líneas de batalla, defender la dignidad frente a los desastres y ganarse la confianza de las partes en conflicto. Durante seis décadas, nos han ayudado a responder a algunas de las situaciones más complejas y desgarradoras a las que se ha enfrentado la humanidad.
Pero el mundo de 2025 no es el mundo de 1965. Las crisis actuales son más largas, profundas e interconectadas. Los conflictos ya no terminan, sino que hacen metástasis. El colapso climático está redibujando el mapa de la vulnerabilidad. Las pandemias, el aumento del autoritarismo y la creciente desigualdad exponen lo frágiles que pueden ser nuestros sistemas.
Y en medio de todo esto, la propia noción de humanitarismo está siendo puesta a prueba por la cooptación política, por el escepticismo público y por los límites de unos principios que, aunque siguen siendo vitales, pueden no ser suficientes por sí solos.
Entonces, ¿qué falta? Mi respuesta es un nuevo principio: el principio de solidaridad.

Jóvenes voluntarios en Solwe y Mango Station, Vanuatu, completaron la formación Y-Adapt para comprender mejor el cambio climático y actuar en sus comunidades. ©Nicky Kuautonga/FICR
Un principio arraigado en nuestro pasado y preparado para nuestro futuro
La solidaridad no es una idea nueva. Está integrada en nuestra historia, ya sea en los civiles de Solferino que ayudaron a los heridos sin discriminación, o en las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja que se apoyan mutuamente a través de las fronteras en tiempos de guerra, desastre y enfermedad. Siempre hemos actuado en solidaridad. Simplemente nunca lo llamamos un principio.
La solidaridad nos invita a ir más allá de proporcionar ayuda a las personas y a caminar con ellas: escuchando, aprendiendo y actuando juntos. Reformula a aquellos a quienes servimos no como víctimas, sino como socios. Desafía las dicotomías de donante y beneficiario, ayudante y ayudado, Norte Global y Sur Global. Nos permite reconocer que el sufrimiento en cualquier lugar está ligado a decisiones, políticas e indiferencia en otros lugares.
Muchos pensadores destacados han pedido la solidaridad como un principio ético central en este siglo. Hannah Arendt vio la solidaridad como el antídoto contra el desapego moral. El Papa Francisco ha enmarcado la solidaridad no como caridad, sino como “una actitud social nacida de la conversión personal”, arraigada en el bien común. Judith Butler habla de la solidaridad como el reconocimiento de nuestra precariedad compartida, mientras que teóricos políticos como Iris Marion Young argumentan que la justicia global es imposible sin un compromiso con la responsabilidad compartida.
En el mundo humanitario, académicos como Hugo Slim han advertido que la neutralidad, aunque antes era indispensable, ahora puede correr el riesgo de anestesia moral ante la injusticia. David Rieff ha ido más allá, criticando la incomodidad del sistema de ayuda con la realidad política y su retirada a la neutralidad tecnocrática.
La solidaridad, en este contexto, no es un abandono de nuestros principios, sino su evolución. Ayuda a garantizar que la humanidad no se reduzca a la lástima, que la neutralidad no se convierta en indiferencia y que la independencia no justifique el silencio.

Mostrando solidaridad durante los incendios forestales de Latakia en julio de 2025, los voluntarios de la Media Luna Roja Árabe Siria apoyaron rápidamente las evacuaciones, las evaluaciones de necesidades y la atención médica urgente. ©Media Luna Roja Árabe Siria
Del concepto al compromiso
Vemos la solidaridad en acción todos los días. En los voluntarios que continúan sirviendo en Gaza, Ucrania, Sudán y Myanmar, a menudo después de perderlo todo ellos mismos.
En las Sociedades Nacionales que dan un paso al frente para ayudar a sus vecinos, incluso cuando se enfrentan a sus propias crisis.
En los jóvenes que exigen justicia climática a través de las fronteras.
En las comunidades de la diáspora que organizan el socorro más rápido de lo que los sistemas formales podrían hacerlo jamás.
Pero la solidaridad es más que acción. Es una mentalidad. Una ética. Un principio.
Abrazar la solidaridad como principio significaría:
- Reconocer que las necesidades humanitarias son a menudo síntomas de injusticias más profundas.
- Ser más audaces en nuestra voz pública cuando la humanidad está siendo atacada.
- Dejar ir la ilusión de la neutralidad cuando solo sirve para protegernos de verdades incómodas.
- Cambiar el poder dentro del sector humanitario para que la toma de decisiones, los recursos y la visibilidad se compartan de manera más equitativa.
También significa rechazar la idea de que estar con la gente es de alguna manera menos neutral que estar a su lado en silencio.
Cada principio que apreciamos surgió de una ruptura. Los Convenios de Ginebra nacieron de los horrores de la guerra del siglo XIX. Los Principios Fundamentales surgieron de la devastación del conflicto global y el auge de las divisiones ideológicas.
Ahora estamos en otra ruptura, una que desafía los fundamentos morales y operativos de nuestro trabajo humanitario.
Sesenta años después de que se adoptaran los Principios Fundamentales, no solo honrémoslos, sino ampliémoslos.
La solidaridad siempre ha estado presente en nuestras acciones. Tal vez sea hora de que la convirtamos en un principio.
0 comentarios